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cooperativas de consumo

Viajan por el mundo alojándose en casas de desconocidos. Piden préstamos a particulares cuando el banco no se los da. Si necesitan un fontanero o una mudanza, solicitan el servicio a cambio de otro favor. Hacen la compra encargando la verdura, la leche o los huevos directamente a los productores. ¿Por qué prescinden de intermediarios? ¿Qué es el consumo colaborativo?, ¿es una tendencia de unos pocos o se está extendiendo?

El uso del marketing por las ONGD (Organizaciones No Gubernamentales para el Desarrollo) no siempre es un método para fortalecer una cultura de la solidaridad (marketing social). En su afán por obtener recursos, algunas ONGD recurren a métodos y colaboraciones que, en lugar de promover una cultura de la solidarida, la mercantilizan. Un ejemplo de ello es la oferta de una solidaridad cómoda, de un compromiso fácil. El «sin que te cueste nada» es un mensaje muy recurrente. Sólo hay que entrar en una página web y hacer clic con el ratón; o mandar un sms con la palabra «ayuda» a un determinado número; o domiciliar nuestras nóminas en un determinado banco. Si hacemos una de estas cosas, la empresa que patrocina la iniciativa y se publicita, donará un céntimo a un país empobrecido, y de esta forma contribuiremos a hacer de este mundo un sitio más humano.

Y no es la única manera de ser solidario sin esfuerzo. Existen más formas cómodas de ejercer nuestra solidaridad y transformar el mundo. Esta vez desde la cesta de la compra. El modelo «si tu compras, yo doy» se ha instalado en los últimos tiempos y se ha convertido en una forma más de competir en las empresas. La compra de productos y servicios asociados a la colaboración con una causa, es un fenómeno reciente, pero con una alta aceptación por parte del consumidor. El «marketing con causa», no es otra cosa que asociar el consumo de determinados bienes habituales en la cesta de la compra de cualquier familia con actividades solidarias.

Este marketing nace y tiene sentido porque las empresas deben mantenerse competitivas en el mercado, buscando diferenciarse de la competencia, asociando su nombre a un cierto componente social, haciendo un lavado de imagen que le permite vender más o fidelizar a sus clientes. Aporta también valor al consumidor, que busca una compra rápida, eficiente y diferente y encuentra en las marcas posicionadas como «sociales» una forma de ejercer una cierta solidaridad que le hace sentirse bien consigo mismo, pues cree estar contribuyendo a la transformación del mundo.

Sin embargo, todo ello, hace perdurar un modelo de desarrollo puramente asistencial; un modelo de desarrollo no sostenible, pues no plantea soluciones a las desigualdades y sí un modelo de dependencia del consumismo (el mismo sistema capitalista depredador y generador de desigualdad).
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«Amigos da Terra» publicó en Mayo el informe Alimentos Kilométricos que describe el impacto ambiental, traducido a emisiones netas  de gases contaminantes, de las importaciones de alimentos del Estado español. Las cifras globales indican que importamos anualmente más de 29 millones de toneladas que recorren una media de más de 5.000 kilómetros y se traducen en más de 5 millones de toneladas de CO2.

Posiblemente pensemos que se trata de alimentos tropicales, cultivados y procesados en otros continentes, pero nada más lejos de la realidad. El estudio analizaba alimentos tan cotidianos como garbanzos, huevos, cereales, carne, pescado, vino, animales vivos, frutas y legumbres, etc.

Si lo trasladásemos a nuestra ciudad, el resultado sería que, solamente por causa de nuestra alimentación, cada ciudadano vigués emite a la atmósfera 118.500 kilos de veneno al año. Quizás esta cifra ayude a comprender que detrás de la alimentación se esconde el 50% de los gases que provocan el cambio climático y el resto de la contaminación del aire, agua y las tierras.
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Los grupos, asociaciones y cooperativas de consumo responsable son la fórmula alternativa por la que apuestan cerca de un millar de familias o “unidades de consumo” en Galicia para abastecerse con productos de calidad, tanto frescos como elaborados, que garantizan el pago de un precio mínimo al productor.

La expansión de este movimiento es anterior al inicio de la crisis –se remonta al año 1979- y su crecimiento va del 8 al 20% anual. En el actual contexto económico, este modelo ha contribuído a que la gente se preocupe más por la salud; se culpa al actual sistema de ofrecer peores productos y destrozar la producción local. Al saber que pueden tener el producto fresco, a la puerta de casa y con una relación calidad-precio en la que la diferencia es ínfima con respecto al que se paga en las grandes superficies, mucha gente está  dispuesta a cambiar.

En sabores, texturas y visualización la diferencia es inmediata al comparar productos agroecológicos con los convencionales.
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4 amigos barceloneses, criticos con los transgénicos y la agricultura globalizada formaron un asentamiento en Conca de Barberá y venden de forma directa fruta y verdura ecológica, fresca y de temporada, tanto a los clientes que les visitan como a grupos concienciados de consumo de Barcelona.

Un grupo de jóvenes rehabilita una colonia textil abandonada en la comarca del Anoia, formando un nuevo asentamiento basado en el rechazo al consumismo; autoproducción, vida asociativa y venta de comida agroecológica son los pivotes del proyecto.

Antes de que llegara la crisis, estos jóvenes ya veían que el actual sistema económico y el planteamiento de la industria de la alimentación eran insostenibles. Comenzaron a interesarse  por el movimiento del decrecimiento, y eran seguidores del filósofo francés Serge Latouche. Pero al llegar la crisis vieron que ya no era necesario predicar nada, porque el decrecimiento venía solo.
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A partir del sábado 1 de Septiembre, todos los primeros sábados de cada mes, la plaza de A Pedra  se llenará con puestos de productos tradicionales y artesanía. Allí se colocarán más de 30 expositores con puestos diferenciados, de productores de alimentos y de artesanos de toda Galicia y muchos de ellos de Vigo.
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Una vez a la semana, el grupo de consumo recibe la fruta, verdura y otros productos encargados. Los quesos y huevos son cada dos semanas, y una vez al mes la carne. Todo es de producción ecológica, y en la medida de lo posible se intenta comprar directamente al productor o por lo menos se intenta eliminar intermediarios. El reparto del pedido, según lo solicitado por la casa o unidad familiar, lo realiza los miembros del grupo de consumo de forma rotatoria. El grupo de consumo es más que una simple cuestión logística o “de comer sano”. En él se realizan asambleas regulares y cada martes (día del reparto) se convierte en un agradable encuentro entre los participantes donde se intercambia y habla mucho más que de verduras.
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